La vuelta de vacaciones ha resultado peor de lo que me esperaba, estoy pasando por un periodo de adaptación realmente duro y al que no veo salida en un corto periodo de tiempo.
No he sufrido la depresión post-vacacional, esa que tanto hablan los telediarios actualmente y que viene muy bien para llenar los bolsillos de los terapeutas espabilados de turno. Pero la cosa parece ser mucho más seria que eso.
Desde el primer día que sonó el despertador, su pitido me resultó gracioso y no algo chirriante que siempre me sobresaltaba en el momento más álgido de alguno de los sueños, sueños que luego soy incapaz de recordar. Salgo de la cama de buena gana y si me lavo la cara será más por costumbre que por necesidad… ni rastro de legañas. Bueno, al menos tengo que peinarme, porque ya sería para nota el no tener que hacerlo.
Esta rutina y las que voy a seguir contando son la tónica general desde hacer unas semanas.
No me cuesta prepararme el desayuno y me tomo con sumo placer mis cereales, sin necesidad de salir de casa con una buena dosis de cafeína para afrontar la calle con un mínimo de garantías
Con relativa rapidez encuentro el vestuario adecuado y no pierdo minutos pensando si esta camisa es más apropiada para llevar con esos pantalones o si el olor de mis calcetines indican ya la conveniencia de probar con un par limpio del cajón.
Pero lo peor no es eso, es que el trayecto al trabajo lo hago completamente espabilado y disfrutando del transporte público como si se tratara de una bendición que nuestros amables y competentes gobernantes nos ofrecieran en pos de nuestra comodidad y ahorro.
Al llegar al trabajo, si subo a la cafetería con mis compañero es más por dar charla animada que por la necesidad de una segunda dosis de cafeína (y eficaz desatascante, que todo hay que decirlo del café de máquina) o contarnos nuestras penurias sobre falta de sueño, cansancio acumulado tras la semana de trabajo o tras un finde en el que no es que se haya hecho algo especial, es que simplemente nos hacemos viejos y lo más mínimo nos agota. No. Yo estoy dicharachero y digamos que hasta cierto punto agudo y original en mis comentarios.
¿Cual es el problema de todo esto? Evidentemente la gente se preguntará qué hay de malo en ello, pero es simple y llanamente que no quiero seguir así.
Estoy empezando a notar que en el metro me miran mal, mis compañeros de oficina me esquivan, no quieren tener a un tío animoso junto a ellos y lo que es peor, no aguanto mi cara alegre al mirarme al espejo por las mañanas.
Juraría que yo sí que voy hacia una verdadera depresión post-vacacional, he debido de desconectar tanto y haber recargado hasta tales niveles mis pilas que me he transformado en alguien que realmente me preocupa y me gusta menos aun. Quiero volver a necesitar mis dosis de cafeína, necesito tener que arrancarme las legañas como cuando me quito los tarzanitos del culo… me encantaba llegar al trabajo y echar pestes del olor a sobaco de quien se me sentó a mi lado en el metro… y como no, todo un clásico… llegar a dormirme en el trabajo frente al monitor del ordenador.