martes, 26 de abril de 2011

Este rey es un cachondo


La verdad es que tenemos un rey que es un cachondo de los que no se ven por muchos lugares.

De pequeñito, en el colegio me contaban en las clases de historia, las notables andanzas de cristianos contra infieles, los moros, me explico… ya que infieles infieles, en aquellas épocas eran todos los que no casasen con las ideas de unos cuantos apalancados en sitios de poder e influencia notable.

Cómo no recordar ese capítulo en el que nos decían que el Cid espantaba al sarraceno incluso siendo un cadáver. Que bonito si no fuera porque más adelante te acabas enterando que el buen luchador era un mercenario que tan pronto servía a un bando como lo hacía con el otro.

Pero bien, no nos desviemos del tema en cuestión. El caso es que fueron muchos años de lucha con el enemigo, recuperando plazas y ganando terreno hacia el sur de la piel de toro. Todo esto, según lo que yo (y muchos) han estudiado, se vio culminado tras la toma del reino Nazarí de Granada por los Reyes Católicos en 1492. Ah… famosa frase la que le dijo a Boabdil su madre si no recuerdo mal: “llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”.

Llegados a este punto, puede quedar más que claro que los Reyes Católicos si no los únicos responsables de la reconquista, si fueron quienes culminaron el proceso. Proceso que a la postre y dado lo delicados que eran por aquellas épocas, más bien fue el de dar de hostias al sarraceno, quitarle lo que tenía y o te reconviertes o te reconvierto.

¿Qué tiene que ver todo esto con que me atreva a decir que nuestro rey es un cachondo? El actual, Juancar, me refiero.

En esta semana se ha pasado a visitarnos el Emir de Qatar, y he aquí que le ha sido concedida al mismo y esposa el collar y la cruz de la Orden de Isabel la Católica.

Creo que sobra cualquier comentario o aclaración sobre este sinsentido.

martes, 12 de abril de 2011

Preguntando

Qué pensar cuando alguien tras cuatro horas de viaje placentero en coche, de vuelta tras un fin de semana de asueto (o no). Dando gracias porque los tradicionales atascos de entrada a la capital no se han manifestado contigo en medio y cuando ya enfilando la entrada a la M30 no se le ocurre mejor comentario que:

“¿He tirado de la cadena antes de dejar la habitación?”

Pues sí… solo aciertas a comentar que es un sinsentido.

jueves, 7 de abril de 2011

El traje


Un traje de Elvis para quitarse las depresiones. Suena raro, suena simple, pero así de eficaz.

Su vida de un tiempo a esta parte se había vuelto demasiado insoportable como para aguantar así porque sí, pero mira tu por donde, con un traje de Elvis, había descubierto el mejor de los antidepresivos. Atrás quedaban esos años de pastillas para superar una depresión permanente como era la que le estaba acompañando a todas partes.

Hubo una primera fase en la que la insoportable presión cargada sobre sus hombros, la insoportable responsabilidad sobre él, hicieron que tocase fondo. Todo así, de gratis, cuando en un principio todo había sido felicidad, facilidades… sin darse cuenta se metió en esa espiral de intereses, de avaricia, de quererlo todo porque sí y entonces se encontró en el fondo de un pozo sin muchos visos de poder escapar de el.

Tras esto vino una segunda fase, una segunda fase de añoranza por lo que se tuvo y no se tenía, por lo que fue y ya no era. Todo lo que sentía era una sensación de que aun estando en el fondo del pozo, estaba intentando huir de él escarbando más.

No le quedaba especialmente bien el traje. Con ese cuerpecillo que se le había quedado, intentar acomodarlo en la ropa de una persona obesa, como era la de aquel Elvis de los años setenta de traje blanco, campanas, solapas y lentejuelas era tarea difícil. Pero un traje bien logrado en conjunto se imponía sobre el resto, y un cuerpo delgado quedaba en segundo plano para él dentro de ese traje blanco inmaculado, una vez empezaba a moverlo como solo él lo movía, y… todo hay que decirlo, se movía como nadie.

En los años más duros, atiborrado de pastillas e intentando mantener un ritmo como el de los momentos felices hizo que se le pasase de todo por la cabeza, incluido el coqueteo con la muerte, con el suicidio. ¿Qué mejor manera de terminar con todo esto si no es mandándolo todo a la mierda de una vez por todas? Bien mirado, para vivir así, por qué vivir, ¿qué sentido tenía? Pero todo se planteó de otra manera cuando uno de los pocos amigos que le seguía tratando y comportando como amigo, le dio la razón en que para vivir así, por qué vivir… así. Ciertamente, por qué no mandarlo todo a la mierda de una vez por todas y le propuso que por qué no seguir estrictamente con la frase, con la pregunta, pero no inmiscuyendo a su ser entre medias.

Si hay algo que te martiriza, simplemente déjalo, cambia. Radicalmente.

Y ahí estuvo la clave, cambiar radicalmente con su vida, con lo que era su existencia hasta la fecha, romper con todo: trabajo, círculo de amistades,  lugar de residencia, todo.

Fin de la primera fase

Se instaló en una ciudad anónima, en un pequeño pero acogedor apartamento suficientemente grande para él. Aterrizó con lo puesto y poco más, no había nada con que llenar las estanterías y cajones de su nuevo hogar, encontró un trabajo que le permitía pasar desapercibido entre la multitud y suspiró por lo que parecía que era el comienzo de su nueva vida. Pero la falta de amigos, la falta de una vida social se echaba de menos y por mucho que esa presión, que ese ritmo había cesado no por ello los problemas se arreglaron, bueno… la depresión no se arregló.

En sus ratos muertos se sumergía en alcohol y dos bloques de hielo acompañados con una conveniente ración de pastillas que conseguía sin muchos problemas. Era una rutina diaria pocas veces alterada con las visitas de aquel su único amigo que le animó a romper con todo, la única persona que sabía quien era él realmente en ese universo de anonimato que se había creado tras la huida: trabajador anónimo, vecino anónimo, alcohólico anónimo…

La fortuna de tener un trabajo en el que pasaba tan desapercibido hacía que sus problemas de alcohol y pastillas no se tradujeran en un despido, que si bien no hubiera sido un problema económico real para él, si hubiera sido a la postre el definitivo empujón que le hubiera tirado al abismo.

Su aspecto en este tiempo de anonimato no es que hubiera mejorado mucho. Bueno, más delgado sí que estaba (falta de comida y exceso de bebida), pero las ojeras marcadas y una barba de varios días, a lo que podríamos añadir una ligera falta de higiene y dejadez por su aspecto, le asemejaban más a lo que definiríamos como mendigo que a la persona que fue en su momento y todos conocimos.

Fue una de sus muchas tardes de alcohol y pastillas, y a la vista de su lamentable aspecto, que su amigo le inquirió que por qué se hacía eso. No era aquella la decisión que habían tomado cuando decidieron cortar por lo sano y dejar todo aquello que le destrozaba como persona, que hacía que no fuera quien había sido y quería volver a ser. Si su problema no se había solucionado con pastillas en su momento, por qué ahora sí se iba a arreglar y además, regado con una buena ración de alcohol. El quid estaba en disociar la persona de las expectativas creadas sobre ella, en quedarse con la persona y la persona era él.

Él se miró en el espejo que había frente a la barra de aquél oscuro bar, se fijó en la barba, en las ojeras marcadas, agachó la mirada y clavó sus ojos en una manos temblorosas que se repartían el trabajo entre mover un vaso medio vacío y arrugar una servilleta de papel. Levantó de nuevo la mirada y no reconocía a la persona que había al otro lado. ¿Quién era esa persona? ¿Qué había hecho para llegar hasta allí? ¿De qué le había servido huir si en la huida se había traído todos los problemas pese a haber salido con prácticamente una mano delante y otra detrás? Realmente, la persona estaba ahí… pero los problemas también, no había sido capaz de darles esquinazo. Deseaba volver a ser él, pero sin cargas, sin responsabilidades, sin esa presión insoportable.

Su amigo le abrió los ojos al recordarle que todos esos problemas habían venido de la mano de las expectativas que en los últimos años habían creado sobre él. Simplemente pasando a ser una persona anónima esas expectativas habían desaparecido, seguía siendo él pero sin que nadie le exigiese o esperase nada de él.

Se tu mismo, no hay nadie que espere nada de ti.

Llevó mascullando durante días aquella frase con la que se despidió su amigo aquella noche (al menos había sido la última noche de pastillas y alcohol), cuando a sus manos llegó aquel anuncio de ese local de Las Vegas con ese espectáculo/concurso de fin de semana.

Fin de la segunda fase

Llegado el fin de semana en cuestión cuando se levantó, fue directo al armario, lo abrió y se quedó mirando aquel porta trajes que desde el primer día llevaba ahí colgado. Lo cogió y dejó sobre la cama deshecha, tras un suspiro bajó la cremallera y sacó el traje que contenía. Olía un poco demasiado a naftalina, pero estaba impecable. Un pantalón blanco de pata de elefante con bordados de color y lentejuelas plateadas y rubí, una cazadora solapona igualmente blanca, bordada y con lentejuelas en conjunto con el pantalón y una camisa blanca de cuello levantado con volantes en pecho y puños. También tomó aquella caja de cartón y sacó de ella el par de botas tejanas blancas, necesitaban una buena ración de betún blanco para recobrar el lustre que habían tenido tiempo atrás, pero no era problema. Estaba todo preparado y fue cosa de minutos enlucirlas y dejarlas impecables. Faltaba el toque… y del cajón tomó unas gafas de sol cuadradas de cristal naranja, montura metálica gruesa de color dorado y las patillas agujereadas como las hojas de papel contenidas en un archivador.

Fue directo a la ducha a mejorar su higiene, una ducha de agua caliente para despejarse y borrar de su piel estos meses de dejadez. Un afeitado y ajuste de sus patillas, y todo empezaba a tomar otro color. Al abrir el armario del baño para guardar la cuchilla, el gel de afeitado y el aftershave reparó en la cantidad de frascos de pastillas que había acumulado. Como un acto reflejo y sin pensarlo, los tomó uno a uno y vertió su contenido en la taza del váter tirando después de la cadena para quedarse observando como tras del remolino de agua se perdía una mezcla extraña de puntitos de colores. Con la toalla anudada a la cintura se miró en el espejo y empezó a gustarle lo que venía.

Se vistió con ropa cómoda y salió de casa camino de la estación de autobuses llevando consigo el porta trajes, las botas y una bolsa para llevar diversos objetos. Una vez en la estación y mientras esperaba que llegase la hora de salida de su autobús reparó en que tenía hambre, los nervios le habían levantado el apetito y desayunó por primera vez en mucho tiempo y de manera copiosa.

El viaje se le hizo interminable, malditos nervios, y lo dedicó a hojear unas cochambrosas revistas que alguien había dejado en su asiento en la ruta anterior y a mirar el paisaje que pasaba frente al ventanal tintado que equipaba aquel coche de línea. No pegó ojo en todo el viaje lo que hizo que llegase a Las Vegas ligeramente cansado.

Desde la estación de autobuses tomó un taxi que le llevó al centro de la ciudad en donde buscó un hotel donde alojarse y poder pasar la noche. Tomó habitación en un modesto hotel de la zona centro, nada parecido a los lujosos conglomerados de cemento, acero y neones que pueblan las avenidas principales. Aun tenía tiempo libre hasta que llegase la noche y lo empleó en descansar un poco sobre la cama de su habitación y después dirigirse a un restaurante donde tomar un tentempié, otra vez malditos nervios.

El local en cuestión no se encontraba demasiado lejos del hotel donde se hospedaba por lo que decidió que una buena manera de rebajar nervios sería ir dando un paseo hasta él. Una vez dentro le indicaron donde podría cambiarse junto con el resto de participantes y que disponía de una consumición gratis de la selección de bebidas de la barra.

Su actuación fue la más sonada, a pesar de que su cuerpo no se asemejaba mucho a la de aquel Elvis de los años setenta, hubo una especie de áurea que le envolvió y que a cada movimiento de su cuerpo al compás de las canciones hiciera que la temperatura del local y la entrega del público fuera “in crescendo”. Ganó el concurso, dado lo cual, el dueño del local le sugirió actuar con relativa frecuencia, cosa que él no dudo en aceptar al instante sin pararse a negociar ningún tipo de condición o contrapartida por ello.

Desde ese día, todo cambió. Seguía siendo un trabajador anónimo y un vecino anónimo, pero ya no era un alcohólico anónimo, no. Era quien había sido antes, pero sin problemas a sus espaldas, sin depresiones. Era una persona anónima que de vez en cuando tomaba un autobús de línea a Las Vegas actuaba vestido de Elvis en un local relativamente anónimo y que recibía los aplausos de la gente.

Y así fue… un traje de Elvis para quitarse las depresiones. Suena raro, suena simple, pero así de eficaz.