viernes, 22 de junio de 2012

Mi noche de S. Juan


Un día decidí deshacerme de todos los recuerdos inútiles que me rodeaban, de todas las cosas que había estado acumulando año tras año y que no hacían otra cosa mas que coger polvo allí donde había decidido colocarlas.

En un principio todos esos recuerdos fueron tratados con el debido respeto y dedicaba mi tiempo a tenerlos con un aspecto presentable, libres de polvo, etc., etc… pero como todo en la vida, uno se cansa y acaba olvidándose de los recuerdos, hasta que una gran capa de polvo se encarga de hacerlos desaparecer.

Pues bien, dado que no reparaba ya mucho en su presencia, un buen día, bolsa gigante de basura en ristre, los fui echando uno tras otro dentro de ella y una vez hice acopio de todos ellos, me dirigí a un lugar apartado y solitario dispuesto a quemarlos.

El espectáculo era impresionante, recuerdos de toda una vida completamente olvidados/ignorados a lo largo de otra vida, ardiendo majestuosamente y desprendiendo un agradable calor. Tal era la atracción de las llamas que ahí me quedé hipnotizado frente al fuego y no reparé en la cantidad de humo que respiré y hollín que se quedó pegado a mi cuerpo.

Una vez el fuego se extinguió, tomé tranquilamente rumbo a casa con la satisfacción de haberme deshecho de recuerdos de toda una vida sin ser consciente de lo que se fraguaba.

Desde aquel infausto día, tengo más presentes que nunca mis recuerdos… bien pegados a mi piel,  circulando por mis venas y perfectamente adheridos a los tejidos internos de mi cuerpo y ahora sí que no hay manera de que me pueda olvidar de ellos.

miércoles, 6 de junio de 2012

Comunicación


Mis últimos problemas con la telefonía móvil me obligaron a darme de baja de mi operador de toda la vida y guardar en un cajón bajo siete llaves mi teléfono móvil y en otro bien alejado y bajo el mismo número de llaves su batería.

Desde entonces he recuperado el encanto de las comunicaciones como antes. Robé en casa de mis abuelos un vetusto modelo góndola de telefónica y dado que no tenía línea fija en casa, lo puse de adorno en el salón y decidí bajarme a la calle a hacer uso de las tradicionales cabinas telefónicas. Mi primer problema ha sido darme de bruces con la realidad que es ser alguien tan obsoleto como para no tener móvil y tener que buscar por la calle una cabina pública y encontrarla, encontrarla y que no esté siendo manoseada por un mendigo que intenta sacar de sus tripas unas monedas, y no digamos encontrarla y que funcione.
Lo que sí he echado en falta es la total inexistencia de cabinas cerradas, aquellas en las que de joven usaba como refugio de los fríos de invierno o techo en los días de lluvia y como no, en las que algún que otro “arrime” de cebolleta realicé. También y ahora que soy más mayor, me atraía la idea de vivir una aventura a lo José Luís López Vázquez en un día de llamada despistada, pero no… imposible.

Aunque no todo van a ser problemas o peros, como no me gustan las actuales cabinas públicas al aire libre, me he dedicado a una actividad mucho más gratificante. Busco teléfonos públicos en bares, con la gran ventaja de que por lo general estos teléfonos se encuentran en baretos de toda la vida: bareto de caña, chato de vino y tapa ideal para la dieta del hipertenso o del que toma leche con Omega3.

La verdad es que nadie me va a llamar porque no tendrán los números de teléfono de esos bares y yo estando ahí tan feliz con mi cervecita y tapa grasienta no creo que tenga necesidad de llamar a alguien, pero el caso es estar comunicado.