viernes, 28 de octubre de 2011

Decisiones

Estamos en épocas de grandes decisiones, trascendentales diría yo. Una de ellas, creo yo que va a tener grandes consecuencias para mi.

He decidido cortarme la uña del dedo meñique y dejarla con una longitud similar a las del resto de dedos cuando no son mordisqueadas fruto de mis nervios.
Aun con esa desafortunada manía (mordisquearme las uñas), siempre la uña del meñique izquierdo ha tenido unas proporciones magnánimas aunque sin llegar a las de la atleta Florence Griffith.

Bueno, puede que os preguntéis quien es esa mujer… yo es que soy muy mayor así que os conmino a que busquéis en google y os ilustréis.

Bien, el caso es que entre los múltiples usos que se les puede dar a una uña larga, la de mi meñique tenían la misión de limpiar el cerumen de mis orejas. Labor a la que me empleaba con fruición, pero he aquí que un día me apliqué tanto a la labor que al sacar el dedo, enredada entre una amalgama de pelos y cerumen, se encontraba atrapada una idea.

¡Había sido capaz de sacarme una idea de la cabeza!

Esto daba que pensar… había algo ahí dentro, e incluso se me abría la posibilidad de sacarlas al exterior para ver si fructifican. ¿Habría dado con una veta de ideas y todo lo más que tenía que hacer era seguir escarbando y escarbando para sacarlas todas al exterior?

No se hable más… no es tiempo para vacilaciones y sí para la toma de decisiones importantes. Hay que seguir por esa senda, pero las cosas bien hechas, bien parecen. Me cortaré la uña pues para su función principal no servirá, a partir de ahora usaré la herramienta apropiada: bastoncillos.

Así las ideas que me saque, las tendré entre algodones. 

martes, 25 de octubre de 2011

Noventas.

Aprovechando que un conocido ha convocado una fiesta rememorando los años 90 creo que he sacado la excusa perfecta para escribir unas líneas a colación de dichos años dorados de nuestra (ya lejana) juventud.

Es ahora cuando podemos presumir de cierto criterio crítico, poder ver las cosas en su real dimensión y darnos cuenta de las memeces que pudimos llegar a hacer, cómo vestíamos y la cantidad de mierda musical que llegamos a ser capaces de digerir sin quejarnos ni un ápice.

Debe ser cosa de la edad. Al igual que antes éramos capaces de bebernos hasta el agua de los floreros, matarratas o lo que nos echaran en un vaso de tubo (¿tiene hielos? ¡¡¡A dentro!!!), pues éramos capaces de bailar una nochevieja entera a Whigfield  con su Saturday Night sin morirnos de la vergüenza o sin mostrar ni un atisbo de arrepentimiento ni intención de hacer penitencia.

Musicalmente hablando dio mucho de si la década, aparecieron como rosquillas pseudos raperos duros, o muy duros como el Vanila Ice, un tío que al explotar la guerra del golfo (la primera) suspendió su gira por miedo a ser víctima de un atentado islamista. No hijo… los islamistas no creo que tuvieran más ganas de ponerte un petardo en el culo que los que escuchando los 40 o tomándose sus minis de cerveza (sí sí… en los 90 se bebía la cerveza en minis y los compartías con los colegas) tenían que escuchar cosas como “Ice Baby”.

Dentro del selecto club de los pseudos raperos, tenemos a MC Hammer (y su fusilamiento de Der Komissar de Falco) o nuestro Prícipe de Bell Air que por muy simpático que nos caiga y buen actor, tiene la mancha de su música y la ropa que vestía en la ya nombrada serie.

Los ejemplos son infinitos pero nos gustaban. ¿Por qué? Porque éramos jóvenes y digeríamos lo que fuera de buen grado y de mejor grado si eso le gustaba a la chica (o chico) que a ti te hacía tilín, que es que somos (o éramos) así de falsos.

En nuestro país no nos quedábamos atrás, el amanecer de una nueva música y manera de pasar los fines de semana causó serios estragos al panorama musical y las neuronas de más de uno. Bueno, no todo va a ser malo, las embotelladoras de agua, otorrinolaringólogos y psiquiatras hicieron buen negocio (y siguen).

Qué decir de el ínclito Chimo Bayo con su Extasi, en fin… memorable. También podemos cambiar de tercio y mirar a los Camela. De la gasolinera a la gloria, de los autos de choque a las listas de éxitos de las radiofórmulas. Que alguien se pase a mirar las portadas de sus primeros discos, aparte de ser iguales (ahí posando ellos)… el de los pelos largos no se quitaba el chaleco nunca. Digo yo que con tanta casette vendida, por lo menos tendría para ir a Zara a comprar ropa, ¿no?

También hay ejemplos de buena música que no es el fin de este post. Que aburrido si no.

Pasemos ahora al tema moda… otro que puede dar mucho de sí.

Si pensábamos que tras Eva Nasarre y su puesta de moda de los calentadores en los 80 habíamos tocado fondo, no… aun podíamos escarbar más. En este aspecto podemos echar gran parte de la culpa a las series americanas y la moda importada del otro lado del Atlántico: Sensación de Vivir (de potar), El Príncipe de Bell Air, Mel Rose Place… hasta la afamada Friends han sido un mal ejemplo de cómo debían de vestirse los jóvenes (y las jóvenas) y más que un mal ejemplo, hasta una afrenta al buen gusto. Lo malo de todo esto, es que no había otra cosa que comprar y ponerse. Por aquel entonces ir con los pantalones de pitillo, la camiseta de Iron Maiden y las All Star, (bueno, las John Smith) ya no molaba tanto.

Las camisas marcaron un hito en cuanto a brillos, estampados imposibles y abotonamientos hasta el cuello. Por poner un ejemplo, miremos a Chiquito, Will Smith en su ya nombrado Príncipe… o el de una serie que tuvo su aquel: Parker Lewis Nunca Pierde.
Aquí también tendrían cabida la camisa vaquera, otra que tuvo su aquel y que un jovencito Jesús Vázquez en un infumable “Hablando se Entiende la Vasca” presentaba, además de provocar los más bajos pensamientos de las féminas. Por cierto mozas, siento deciros que es gay y está casado por si aun albergabais esperanzas de reformarlo (yo casi he desistido con Jodie Foster).

Las camisetas tuvieron un hit entre los hits. Ahora dudo de si fue más de los finales 80 o podemos echarle la culpa a los 90 de la irrupción de… TACHAN!!!!! “Smilie”. ¿Cuantas camisetas se llegarían a ver de ese redondel amarillo con ojos y sonrisa?

En cuanto a los pantalones, podríamos decir que si la moda es algo cíclico, lo de los pantalones deberíamos asemejarlo al movimiento de una onda. Actualmente nos encontramos en el valle de la onda y en los 90 estábamos en plena cresta.

No no… Cachuli no fue un innovador en eso de llevar el pantalón sobaquero, en los 90 eso ya se llevaba y si no, podemos echar un vistazo a Manolo García (El Último de la Fila) y muchas fotos que por ahí tenemos. Ahora nos encontramos en el valle como digo, y si no vas enseñando la marca de tus gayumbos no eres cool.

Como una acción reacción, claro está, llevar el pantalón sobaquero mostraba los calcetines y por eso había que cuidarse muy mucho de no llevarlos blancos (y de los de la ralla azul y roja menos). Ahora, como los llevas por las rodillas raro es ver a nadie con los bajos destrozados o llenos de mierda, literalmente hablando, tras haber barrido las calles de tu ciudad o pueblo.

El caso es que, como comentaba al principio, es ahora cuando a alguien se le ocurre hacer una fiesta temática que a uno le da por echar la mirada atrás… muy atrás y te quedas maravillado de cómo se podía ir así por la calle, cómo te podía gustar tal serie o cómo podías bailar sin descanso ciertos temas que ahora causan sonrojo al escuchar.

Siempre podremos achacarlo a que nos hacemos mayores, que los gustos cambian… sí… pero hay ciertas cosas que son inamovibles como puede ser que los Beatles o Leonard Cohen (aun siendo un muermo de tío) nunca dejen de ser buenos y que mucha de las cosas nombradas anteriormente, nunca fueron buenas.

Las digeríamos como digeríamos Don Simón en el parque con los colegas, y no por ello el tintorro en Tetra Brik antes era bueno y ahora no. Nunca lo fue y ahora nos damos cuenta.

viernes, 7 de octubre de 2011

Miedo


Uno de estos días en los que me he sentido más aburrido que de costumbre, me dio por hacer un acto de introspección personal y ponerme a indagar en los más profundo de mi persona. Vamos, que no había logrado engañar a nadie para salir a tomar algo y que me diera el aire. Así que entre mirarme un poco el ombligo o presenciar el deplorable panorama televisivo me incliné por mi persona.


El caso es que tras un rato pensando en nada y tras sacar varias pelusas incrustadas en el comúnmente llamado timbre (un gran misterio el cómo llegan a ocultarse ahí, ¿procrean acaso?), caí en la cuenta que no tenía ningún miedo o fobia destacable.

Como acto meramente experimental, no se me ocurrió otra cosa que meterme en el armario (para luego salir de él.. je je… que cachondo que soy) a ver si la oscuridad o el estar encerrado provocaba en mi alguna sensación desagradable o simplemente el más absoluto de los pánicos. Nada.
Probé abriendo el armarito bajo el fregadero en el que tengo el cubo de basura y metí la mano por ahí, a ver si el tacto de las hormigas o cucarachas que ahí habitan ejercían esa sensación de pavor tantas veces comentadas por la gente. En fin… tampoco funcionaba.

Me estaba empezando a inquietar el ver que no tenía miedo a nada, tampoco al hecho de encontrarme solo en casa (eso puede que llegue a ser un coñazo, pero miedo no me daba), escuchar los sonidos de las tuberías o los misteriosos pasos de mi vecina de arriba. Ahora que caigo, guarda cierto parecido con la madre de Norman Bates, pero es un encanto de mujer y cuando hace callos siempre me baja un tupper.

Ya llevaba un buen rato dándole vueltas al tema y la angustia se estaba apoderando de mi. ¿Cómo podía ser que no tuviera miedo a nada? No podía salir a la calle con esta actitud de “Juan Sin Miedo”, pasear por la casa de campo a las tantas de la madrugada sin temor a que una trabajadora del amor me asaltara, no podría estar tan tranquilo en casa sin pensar en que en un momento dado alguien viniera a robar o un cortocircuito iniciara un fuego y quemase mi colección de toreros y sevillanas.

De repente una gota de sudor frío partió de mi sien y bajó lentamente recorriendo mi cara hasta precipitarse al vacío. Estaba acojonado por el hecho de no tener miedo… y eso me reconfortó. Al menos tenía miedo a algo.

Por cierto, huelo a callos, voy a subir a devolverle el tupper a mi vecina.