Estamos en épocas de grandes decisiones, trascendentales diría yo. Una de ellas, creo yo que va a tener grandes consecuencias para mi.
He decidido cortarme la uña del dedo meñique y dejarla con una longitud similar a las del resto de dedos cuando no son mordisqueadas fruto de mis nervios.
Aun con esa desafortunada manía (mordisquearme las uñas), siempre la uña del meñique izquierdo ha tenido unas proporciones magnánimas aunque sin llegar a las de la atleta Florence Griffith.
Bueno, puede que os preguntéis quien es esa mujer… yo es que soy muy mayor así que os conmino a que busquéis en google y os ilustréis.
Bien, el caso es que entre los múltiples usos que se les puede dar a una uña larga, la de mi meñique tenían la misión de limpiar el cerumen de mis orejas. Labor a la que me empleaba con fruición, pero he aquí que un día me apliqué tanto a la labor que al sacar el dedo, enredada entre una amalgama de pelos y cerumen, se encontraba atrapada una idea.
¡Había sido capaz de sacarme una idea de la cabeza!
Esto daba que pensar… había algo ahí dentro, e incluso se me abría la posibilidad de sacarlas al exterior para ver si fructifican. ¿Habría dado con una veta de ideas y todo lo más que tenía que hacer era seguir escarbando y escarbando para sacarlas todas al exterior?
No se hable más… no es tiempo para vacilaciones y sí para la toma de decisiones importantes. Hay que seguir por esa senda, pero las cosas bien hechas, bien parecen. Me cortaré la uña pues para su función principal no servirá, a partir de ahora usaré la herramienta apropiada: bastoncillos.
Así las ideas que me saque, las tendré entre algodones.
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