He pasado uno de los días más raros de mi vida.
A diferencia de un día cualquiera, me levanté de la cama pronto (prontísimo dentro de mis parámetros). Me dirigí hacia el baño para realizar la primera micción del día y como un autómata, giré 180º y di un paso para ponerme frente al espejo, lavarme la cara y eliminar las múltiples legañas que asomaban por mis ojos.
El caso es que al eliminar las legañas de mis ojos y con la cara aun mojada, me miré en el espejo como viene siendo costumbre y fui incapaz de reconocer la cara que ahí se reflejaba. ¿Era yo pero había cambiado radicalmente en 7 horas de sueño? ¿No lo era y resulta que se trataba de otra persona?
Intentar admitir que en unas pocas horas mis facciones habían cambiado radicalmente y como era de esperar habían ido a peor, hizo que me inclinara por la 2ª opción que me quedaba: no se trataba de mi.
La verdad es que recapitulando los pocos indicadores que me podían servir de guia, daban una idea de que esta podría ser la verdadera razón. Al mear, había notado un encogimiento notable del tamaño de mis partes (eran de tamaño apreciable, pero más pequeñas, no es por presumir) y la ventosidad expelida tras el último apretón de abdominales para sacar el último chorrillo no era digna de mi. Eso por no dejar de mencionar que las horas a las que me había levantado eran a todas luces dignas de un ser serio, responsable y trabajador.
Con estos (pocos) datos me rendí a la evidencia, decidí que no era yo y que por tanto lo normal es que debería de comportarme de manera distinta. Y a eso me dediqué la jornada entera. No sería más que una manera de autoconvencerme de que no se trataba de mi y que alguien había usurpado mi alma o lo que quisiera que hubiera podido usurpar.
Total, que al ver el aspecto de la cocina, tras hacer un zumo (y no mezclarlo con vodka) no solo el exprimidor quedó perfectamente limpio si no que el resto de la cocina tomo un aspecto mucho más decente y con todo más ordenado. Tras el zumo, creí conveniente empezar el día tomando los cereales que nunca me había atrevido a abrir y deleitarme con el sabor de una estupenda tostada con aceite de oliva, ajo untado y sal.
De la cocina salí directo al dormitorio donde sin saber cómo ni por qué, ya tenía las ventanas completamente abiertas, y la cama estaba con toda la ropa desplegada y ventilándose. Como si de una rutina totalmente asumida, hice la cama, cogí unos cojines y allí que quedó la cama perfectamente hecha y aguardando que la noche siguiente me arropara entre sus sábanas. En las sillas del dormitorio al rato de pasar por ahí no quedaba apenas ropa y la poca que ahí quedó estaba perfectamente doblada y colocada.
Evidentemente algo había pasado esa noche.
Lo que sí que no cambió era mi condición de ocioso desempleado, aunque con ganas de hacer deporte para cuidar mi cuerpo y mantenerme en forma. Total que me dediqué a salir a hacer deporte por la calle como uno más de aquellos que extrañamente disfrutan correteando por ahí con mallas apretadas, sudando y echando el bofe.
Tras una sudada de las que hacen época (completamente satisfecho y relajado), en casa disfruté como un enano de la ducha y tras ella, me encontré en la cocina dispuesto a prepararme una comida lo más decente posible.
Como era de esperar, la nevera lo que más tenía dentro era aire fresco, así que sin comerlo ni beberlo me dirigí al Mercadona con mi carrito y bolsas de tela, presto a comprar vituallas. Es curioso pero disfruté dando vueltas por entre los pasillos, comparando precios y eligiendo alimentos frescos y desechando la gran variedad de precocinados que ploblaban las estanterías. Con el carrito poblado por la compra, volví a casa y me acomodé en la cocina para colocar todo en su sitio y prepararme algo medianamente elaborado.
Tras la comida aun tuve ganas de coger un libro que tenía evitando que la mesa del salón cojeara y me puse a leer, ni rastro de ganas de echarme la siesta. Sospechoso. Y no contento con esto, no se me ocurrió mejor cosa que ponerme un bañador e irme a la piscina municipal a nadar una hora.
Todas fueron actividades que salieron de mi gustosamente y las cuales disfruté realizando, pero algo en mi interior me seguía diciendo que no era yo… y este comportamiento estaba haciendo reaccionar a algo en mi interior que se resistía al cambio. A la vuelta de la piscina hice una intentona de adentrarme en el primer bar por el que pase, atraído por el olor de la frintanga que allí se estaba preparando y ante la magnífica visión del grifo de cerveza rebosante de condensación y muestra de que lo que ahí se encontraba era un líquido perfectamente frío y dispuesto a ser servido.
Pero no. No hubo manera porque mi otro yo me convenció de que al día siguiente había que levantarse pronto, no podíamos estar por ahí golfeando porque al día siguiente había labor que realizar y mejor estar perfectamente descansado a pagar el resto de la semana las consecuencias de una imprudencia.
¿Qué más pruebas quería para saberme tomado por otra persona? ¿Madrugar? Si yo no tengo trabajo ¿Pagar consecuencias? Pero si disfruto de mi resaca tirado en el sofá horas y horas hasta que me encuentro con fuerzas de tomar otra cerveza.
Me encontraba poseído por alguien que me revolvía lo más profundo de mi conciencia.
Pero bueno, dado que no me trataba de mi… no tuve más remedio que obedecer y retirarme pronto a casa, cenar algo ligero y meterme en la cama antes de que el día hubiera finalizado.
Cuando hube abierto los ojos al día siguiente, me di cuenta de que me levantaba con mejor espíritu, el reloj marcaba de largo las doce del mediodía, mi viaje al baño fue como el de otro día cualquiera con meada y atronadora expulsión de gases… al darme media vuelta, el espejo delató que era yo quien ahí se encontraba.
Feliz y contento me dirigí a la cocina a tomar algo, lo primero que pillara y dejando en la pila los cacharros que hube utilizado.
¡Uf!... todo había sido un mal sueño, aunque… el estado de orden de la cocina, las agujetas y la total ausencia de resaca eran prueba de que algo raro había pasado el día anterior.