Hoy estoy dedicado a reivindicar la labor social de ciertos lugares y que por ende deberían de verse beneficiados por parte de las autoridades públicas competentes de alguna manera. Esto no sería más que el reconocimiento a una labor que inconsciente, desinteresada o quien sabe si inconscientemente desinteresada.
Me voy a centrar en las peluquerías y más en concreto en las peluquerías de señoras, aquellas que visitan nuestras entrañables ancianitas. Podríamos decir que realizan una labor supletoria a los centros de día para la tercera edad, ya que aquellas que pudiendo ir al centro de día de su localidad a ponerse al día de los chafardeos cotidianos, ya sea del barrio, población o comarca, en las peluquerías encuentran eso y mucho más:
- un Hola, Lecturas o Diez Minutos (cuenta la leyenda que una muy avezada hasta llegó a tener en sus manos el Cosmopólitan) para ampliar el radio de acción de sus conocimientos a zonas de más glamour o caspa (según se mire)
- una persona que no tiene más remedio que aguantar la chapa que suelte la señora mientras la tiñe, arregla el moño o lo que sea. Toda una profesional que debería recibir un plus en su nómina, todo hay que decirlo
- un plantel de iguales, que encantadas de la vida por matar el tiempo de espera a que les llegue el turno de ser atendidas, están dispuestas a darle a la sin hueso sin parar
Todo esto no deja de ser una terapia, que dado que no está cubierta por la Seguridad Social, ha de ser abonada y pagan gustosamente. Y con el gran añadido, no olvidemos, de que ellas salen del establecimiento sintiéndose más guapas y hermosas amén de puestas al día.
Desde aquí mi reclamación a que si las instituciones públicas subvencionan, por poner un ejemplo, líneas aéreas por traer pasajeros a un aeropuerto a todas luces ruinoso, ¿por qué no hacer lo mismo con las peluquerías de señoras? Es más, aquí sabemos que el beneficio es palpable: mejora del conocimiento y autoestima del colectivo femenino de la 3ª edad y ahorro en las arcas públicas al estar ahorrándose la plaza del centro de día que a falta de este comercio, sería necesario cubrir.
Para otro momento dejaremos el estudio del colectivo masculino, que tiene manías distintas pero no por ello hemos de dejar en el tintero. Subvencionar un club de alterne se me antoja excesivo, pero deberíamos mirar por el hostelero que acoge a un buen grupo de hombres que con la sola consumición de un chato de vino (o café en su defecto) son capaces de realizar auténticos maratones de dominó o mus.
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