El otro día, preso del aburrimiento, y lo que es peor, la falta de sed y ganas de ir a tomar una cerveza, me acerqué al río a deleitarme en mis pensamientos.
Ultimamente no los estoy teniendo especialmente brillantes pero el mero hecho de que algo me impulsase a irme a pensar a un puente podría interpretarse como un adelanto de que algo bueno se estaba gestando.
Total, que ahí me planté yo con cara de tío interesante a ver cómo bajaban las aguas (y algo de porquería). Quedarte mirando el agua en movimiento (como las llamas de un buen fuego) tiene ese aquel hipnotizador que te desconecta del entorno y permite que algo que lleves dentro florezca de una manera más sencilla.
Pues el caso es que el sonido del claxón de un autobús de la EMT que por ahí pasaba me asustó de tal manera que del respingo que di, todas las ideas que estoy seguro que en ese momento estaban apunto de emerger, salieron volando rebotaron en la barandilla y al agua que calleron desde lo alto del puente. Raudo y veloz corrí al otro lado del puente para ver mis ideas esfumarse con la corriente e intentar rescatar algo de ellas, pero la mierda y turbidez de las aguas no me dejaron ver como se iban.
En fin, quise pensar que como las aguas que bajaban, esas ideas eran una mierda y mejor estaban ahí, así que tomé rumbo del bar más cercano a tomarme una cerveza bien fresquita.