El otro día me sorprendí a mi mismo haciendo la cama por
primera vez en mucho tiempo.
No sé muy bien a qué obedecía dicho comportamiento, pero ahí
me encontraba abriendo las ventanas de la habitación, retirando las sábanas y
dejando todo a merced del fresco aire de la mañana.
Tras desayunar, volví a rematar la faena para dejar todo en
prefecto orden y recogido. El caso es que al sacudir las sábanas para terminar
de orearlas y dar unos buenos manotazos a la almohada, saltaron por los aires
montones de palabras que quedaron amontonadas sobre el colchón. “Dios mío”, es
todo lo que alcancé a decir al tener frente a mi las palabras que debían
componer los sueños e historias que me habían acompañado en mis ratos de
descanso a lo largo de ni se sabe las noches (y los días).
Y ahí me vi yo… con
un montón de palabras que tal y como estaban no significaban nada y no me
permitían rememorar los sueños que había tenido.
De repente algo se apoderó de mi con gran fuerza y me puse a
recopilar como un poseso cada una de las palabras que allí se encontraban, para
ver si era capaz de recuperar esa parte de mi subconsciente. El trabajo fue
duro y no tardé en acabar desesperado y cansado por no llegar a buen puerto en
mi cometido, así que tomé una decisión sabia y práctica: partiendo de la base
de que tenía ahí un buen repositorio de palabras, ¿por qué no componer lo que me
diera la gana? Total, me dediqué a conectar las palabras de la manera que más
me gustó.
Al fin y al cabo, eran mis sueños y podrían ser como yo
quisiera que fueran.
Bonita imagen, la de las palabras tendidas por toda la cama.
ResponderEliminarMás bonito es cuando estoy tendido y dormido yo :D.
ResponderEliminarGracias.