Un día decidí deshacerme de todos los recuerdos inútiles que
me rodeaban, de todas las cosas que había estado acumulando año tras año y que
no hacían otra cosa mas que coger polvo allí donde había decidido colocarlas.
En un principio todos esos recuerdos fueron tratados con el
debido respeto y dedicaba mi tiempo a tenerlos con un aspecto presentable,
libres de polvo, etc., etc… pero como todo en la vida, uno se cansa y acaba
olvidándose de los recuerdos, hasta que una gran capa de polvo se encarga de hacerlos desaparecer.
Pues bien, dado que no reparaba ya mucho en su presencia, un
buen día, bolsa gigante de basura en ristre, los fui echando uno tras otro
dentro de ella y una vez hice acopio de todos ellos, me dirigí a un lugar
apartado y solitario dispuesto a quemarlos.
El espectáculo era impresionante, recuerdos de toda una vida
completamente olvidados/ignorados a lo largo de otra vida, ardiendo
majestuosamente y desprendiendo un agradable calor. Tal era la atracción de las llamas que ahí
me quedé hipnotizado frente al fuego y no reparé en la cantidad de humo que
respiré y hollín que se quedó pegado a mi cuerpo.
Una vez el fuego se extinguió, tomé tranquilamente rumbo a
casa con la satisfacción de haberme deshecho de recuerdos de toda una vida
sin ser consciente de lo que se fraguaba.
Desde aquel infausto día, tengo más presentes que nunca mis
recuerdos… bien pegados a mi piel, circulando por mis venas y perfectamente
adheridos a los tejidos internos de mi cuerpo y ahora sí que no hay manera de
que me pueda olvidar de ellos.